¿Quién le teme a Judith Butler y por qué? ¿Sobre qué pánicos morales
se apoyaron las movilizaciones que repudiaron su presencia en Brasil? En esta
nota escrita especialmente para ser publicada en exclusiva para la revista
Follia de Brasil y el Suplemento SOY de Argentina, explica por qué ese escarnio
público, con simulacro de quema de brujas, se encuentra íntimamente ligado a
los peligros que afronta hoy la democracia en todo el mundo, que por otra parte
era el tema de la conferencia que había ido a dar. Y de paso, una clase
magistral sobre el género, para todos y todas.
Por Judith Butler
Comparemos lo que yo en
efecto escribí, y en lo que creo, con esta corrosiva ficción que ha generado
tanta alarma. A fines de 1989, hace casi treinta años, publiqué un libro
llamado El género en disputa, donde daba cuenta del carácter performativo del
género. ¿Qué significa eso? A todos se nos ha asignado un género desde el
nacimiento, somos nombrados por los padres o las instituciones sociales de
ciertas maneras. A veces cuando un género se asigna, se dan una serie de
expectativas en relación a éste: ésta es una niña, entonces asumirá un rol
femenino tradicional en la familia y en su lugar de trabajo cuando crezca. Este
es un niño, así que asumirá un rol predecible en la sociedad cuando crezca.
Muchas personas experimentan dificultades con esa asignación, no están
conformes con esas expectativas, y sienten que parte de lo que son se aparta de
la asignación social que se les ha otorgado. Así que la pregunta que se
desprende de esto es la siguiente: ¿Qué tan libres son las personas jóvenes y
los adultos para elaborar el significado de su asignación de género? Han nacido
en una sociedad pero también son actores sociales que le dan forma a sus vidas
para que sean más vivibles. Y las instituciones sociales, incluyendo las
instituciones religiosas, escuelas, y los servicios sociales y de salud,
deberían ser capaces de ayudar a las personas a que lleguen a saber cómo vivir
mejor en sus cuerpos, perseguir sus deseos y establecer relaciones que les
satisfagan. Algunas personas viven en paz con el género que se les ha asignado,
pero otras sufren cuando se ven obligadas a conformarse con normas sociales que
anulan su más profunda vivencia de quienes son o desearían ser. Y para esas
personas la necesidad de establecer los términos de una vida vivible es
urgente.
Qué ven cuando me leen
Así que, ante todo, El
género en disputa buscaba afirmar la complejidad de nuestras identificaciones
de género y deseos y unirse a aquellos que dentro del movimiento LGBTQ
contemporáneo creían que una de las libertades fundamentales que deberían
respetarse es la libertad de expresión de género. ¿Era ésta una negación de la
existencia de las diferencias naturales entre los sexos? Ciertamente nunca lo
fue. Aunque subrayé que había diferentes paradigmas científicos para determinar
las diferencias entre los sexos, y que ciertos cuerpos tenían atributos mixtos
que los vuelven difíciles de clasificar. También afirmé que la sexualidad
humana toma diferentes formas, y que no debemos suponer que conocer el género
de alguien nos dará ninguna clave sobre su orientación sexual. Un hombre
masculino puede ser gay o heterosexual, y lo mismo se aplica a una mujer
masculina. Nuestras ideas sobre la feminidad y masculinidad varían según las
culturas y no hay significados estáticos para esos términos. Hay dimensiones
culturales de nuestras vidas que asumen diferentes significados a lo largo de
la historia, y dado que nosotros mismos somos actores sociales tenemos cierta
libertad para determinar esos significados. Pero el objetivo de aquella teoría
era el de producir aceptación para el amplio espectro de identidades y deseos
que constituyen nuestra complejidad como seres humanos.
Tanto ese trabajo como
los que le siguieron estuvieron dedicados a condenar la violación y la
violencia corporal. Más aun, la libertad para buscar la expresión de género o
vivir como lesbiana, gay, bisexual, trans o queer (esa lista no es exhaustiva)
solo puede garantizarse en una sociedad que se niegue a aceptar la violencia
contra las mujeres y las personas trans, que se niegue a aceptar la discriminación
en base al género y a patologizar a aquellos que han acogido esas categorías
con el fin de vivir vidas con dignidad, alegría y libertad. El compromiso era
oponerse a las formas de daño que socavan la posibilidad de vivir con alegría y
dignidad. Así que me opongo inequívocamente a la violación, el acoso y la
violencia, y todas las formas de explotación de niños. La libertad no es, y
nunca será, la libertad de hacer daño. Si una acción libre hiere a otra persona
o la priva de libertad, entonces el primer acto no puede considerarse libre; se
convierte en una acción perjudicial. De hecho, lo que me ha preocupado es la
frecuencia con que las personas que no cumplen con las normas de género y las
expectativas heterosexuales son hostigadas, golpeadas y asesinadas. Las
estadísticas de feminicidio son un buen ejemplo. Las mujeres que no son lo
suficientemente serviles se ven obligadas a pagar con sus vidas. Las personas
trans y travestis que solo desean tener la libertad de moverse en el espacio
público tal como son y desean ser, son atacadas y asesinadas. Muchas mujeres
pueden perder a sus hijos si salen del closet, muchas personas todavía pierden
sus trabajos y lazos familiares al salir. El sufrimiento que generan el
ostracismo social y el señalamiento son enormes. La injusticia radical del
feminicidio debería ser condenada mundialmente y las profundas transformaciones
sociales que harían que tal crimen sea impensable tienen que ser instigadas y
sostenidas por los movimientos sociales y las instituciones que se niegan a
permitir la muerte de personas por su género y sexualidad. En Brasil una mujer
es asesinada cada dos horas. La reciente tortura y posterior asesinato de
Dandara dos Santos en Fortaleza no fue más que un ejemplo gráfico de la matanza
generalizada de personas trans en Brasil, que le ha valido la reputación de ser
el país más conocido por los crímenes de odio contra personas LGBT.
Estos son los claros
daños sociales y atrocidades a los que me opongo, y mi libro, y el movimiento
queer del que es parte, han tratado de producir un mundo sin sufrimiento y
violencia de este tipo.
La teoría de la
performatividad de género es aquella que busca comprender la formación de
género y apoyar la idea de la expresión de género como un derecho y una
libertad básicos. No es una “ideología”. Por lo general, se entiende que una
ideología es un punto de vista ilusorio y dogmático, que se ha “apoderado” del
pensamiento de las personas de una manera acrítica. Mi punto de vista, sin
embargo, es crítico, y se pregunta sobre los tipos de suposiciones que la gente
da por sentado en su vida cotidiana, las suposiciones que los servicios médicos
y sociales hacen sobre lo que es una familia y lo que cuenta como una vida
patológica o desviada.
¿Cuántos de nosotros
todavía creemos que el sexo biológico determina los roles sociales que asumimos
en la vida? ¿Cuántos de nosotros todavía sostenemos que el significado de lo
masculino y lo femenino está determinado por las instituciones de la familia
heterosexual y la idea de la nación que impone una noción conyugal de
matrimonio y familia? Las familias queer y travestis ponen en acto formas de
asociaciones íntimas, compañerismo y cuidados de otros tipos. Las madres
solteras tienen diferentes lazos de parentesco. También, las familias
ensambladas, donde las personas se han vuelto a casar o se han unido en nuevas
fusiones muy diferentes de las estructuras familiares tradicionales.
Encontramos sostén a través de muchas formas sociales, incluida la familia,
pero la familia también es una formación histórica: su estructura y significado
cambian a través del tiempo y el lugar. Si negamos esto, estamos negando la
complejidad y la riqueza de la existencia humana.
Género e ideologías
La idea de género como
ideología fue introducida por Joseph Ratzinger en 1997 antes de convertirse en
el Papa Benedicto. El trabajo académico de Richard Miskolci y Maximiliano
Campana rastrea la recepción de esa formulación a través de varios documentos
del Vaticano. En 2010, Jorge Scala de Argentina publicó un libro titulado Ideología
de género que fue traducido al portugués por una editorial evangélica. Este
puede haber sido un punto de inflexión en las recepciones de “género”
brasileñas y latinoamericanas. Según la caricatura de Scala, quienes trabajan
con los temas de género niegan las diferencias naturales entre los sexos y
creen que la sexualidad debería estar libre de todas las limitaciones. Aquellos
que se apartan de la norma del matrimonio heterosexual estarían libres de todas
las normas. La teoría del género vista a través de tal lente no solo niega las
diferencias biológicas, sino que produce un peligro moral.
En el aeropuerto de
Congonhas, una de las mujeres que me confrontó empezó a gritarme acerca de la
pedofilia. ¿De dónde viene esto? Puede que ella haya creído que los hombres gay
son pedófilos y que el movimiento por los derechos lgbti era propaganda a favor
de la pedofilia. Me encontré a mí misma preguntándome por qué un movimiento por
los derechos sexuales y la dignidad, contra la violencia sexual y la explotación
es acusado de pedofilia cuando es claro que la Iglesia Católica en los últimos
años ha refugiado pedófilos, protegiéndolos del enjuiciamiento sin proteger a
sus cientos de víctimas. ¿Será que la “ideología de género” se ha convertido en
un fantasma del caos y la depredación sexual precisamente para desviar la
atención de la explotación sexual y la corrupción moral dentro de la propia
Iglesia Católica, una situación que ha sacudido profundamente su autoridad?
¿Tenemos que entender cómo funciona la “proyección” para comprender cómo una
teoría del género podría transformarse en “una ideología diabólica”?
El retorno de las hechiceras
Tal vez aquellos que
quemaron una esfinge que me representaba como una bruja trans no sepan que
aquellas que fueron llamadas brujas y quemadas eran personas cuyas creencias no
encajaban con el dogma católico. Históricamente a las brujas se las ha acusado
de tener poderes que era imposible que tuvieran y se convirtieron en chivos
expiatorios cuya muerte se suponía que iba a limpiar a la comunidad de la
corrupción moral y sexual. Se creía que habían cometido herejía, en cooperación
con el diablo y que había introducido lo diabólico en la comunidad en lugares
como Salem, Massachusetts, Baden, Alemania, en los Alpes, Austria e Inglaterra.
Muchas veces ese “diablo” era concebido como una licencia sexual. El fantasma
de estas mujeres como el diablo o sus representantes resuena ahora en la
ideología “diabólica” del género. La tortura y el asesinato de esas mujeres a
lo largo de la Historia como brujas representaban un esfuerzo por reprimir las
voces disidentes, aquellas que cuestionaban ciertos dogmas de religión.
Fue gente responsable
dentro de la misma Iglesia quien puso fin a esto, que insistió en que la quema
de brujas no representaba los verdaderos valores cristianos. Esta era, después
de todo, una forma de feminicidio llevado a cabo en nombre de una moralidad y
ortodoxia. Aunque no soy especialista en Cristianismo, entiendo que una de sus
grandes contribuciones fue la doctrina del amor y la consideración por la vida,
muy lejos del veneno de la caza de brujas.
Aunque solo se quemó
mi imagen y quedé indemne, la acción me horrorizó, no tanto en mi nombre sino
en nombre de aquellas valientes personas queer y feministas en Brasil que
buscan defender una democracia donde se afirmen los derechos. Ese gesto
simbólico de quemar mi imagen era un modo de enviar un mensaje de amenaza en
todos aquellos que creen en la equidad para las mujeres, los derechos de las
mujeres y las personas lgbt. Quienes creen en el derecho de los jóvenes a
ejercer la libertad de encontrar su deseo y de vivir en un mundo que se niega a
amenazar, criminalizar, patologizar o matar a todos aquellos cuya identidad de
género o formas de amar no hacen daño a nadie. Esta es también la mirada del
Arzobispo Justin Welby, de Inglaterra, quien recientemente afirmó el derecho de
los jóvenes a explorar su identidad de género, apoyando una actitud más abierta
y de aceptación hacia los roles de género en la sociedad. Esta apertura ética es
importante para una democracia que incluya la libertad del expresar el género
libremente.
Quizás el foco de
“género”, al final, no estaba tan alejado de la pregunta que nos hacíamos en la
conferencia, titulada “¿El fin de la democracia?”. Cuando la violencia y el
odio se convierten en instrumentos de la moralidad religiosa y política,
entonces la democracia está amenazada por aquellos que desgarran el tejido
social, castigan la diferencia y socavan los lazos sociales necesarios para que
se sostenga nuestra coexistencia aquí en la tierra. Recordaré Brasil por todas
las personas generosas y reflexivas, ya sean seculares o religiosas, que
trataron de bloquear los golpes y detener el odio. Son ellos quienes parecen
saber que el “fin” de la democracia es mantener viva la esperanza de una vida
común no violenta y el compromiso con la igualdad y la libertad, donde la
intolerancia sea superada por la valiente afirmación de nuestras diferencias.
Entonces todos comenzaremos a vivir, respirar y movernos con mayor facilidad y
alegría, el objetivo último de la valiente lucha democrática a la que me siento
orgulloso de pertenecer es ser libre, ser tratado como un igual y vivir juntos
sin violencia.
Traducción Dolores
Curia
fuente https://www.pagina12.com.ar/77673-el-fantasma-del-genero